Como los grandes yudocas, Peter Michael Falk hizo de su debilidad una fortaleza. A comienzos de los 70, cuando llegó al casting de “Columbo” a los 44 años, supo moldear en su favor a un personaje que aún no era el perfecto antihéroe que sería. Falk, de un metro sesenta y ocho, ojo derecho de vidrio y problemas de dicción, tenía experiencia en teatro, televisión y cine: entendía, con claridad, que no estaba para un James Bond ni para un detective duro del noir estilo Humphrey Bogart y que debía (re)crear a un investigador sin glamour ni sex appeal. O mejor, con un sex appeal distinto: el del héroe sin atributos. Lo recuerdan: Columbo -construcción de Falk- tenía la rara perfección de los fuera de norma. Fue, sigue siendo, un perdedor brillante.
Desaliñado, torpe, disperso, siempre agudo, Columbo se convirtió en la bisagra consagratoria en la carrera de Falk. Pero la vida del actor había empezado mal e iba a terminar peor (bueno, qué vida no termina peor, ¿no?). Hijo de inmigrantes de Europa del Este, de madre rusa y padre polaco, nació en Nueva York el 16 de septiembre de 1927. A los tres años, le descubrieron un cáncer maligno en el ojo derecho: tuvieron que extirpárselo y colocarle una prótesis ocular de cristal. Le siguió una infancia a puro bullying en el colegio; luego, una juventud con rechazos sentimentales y laborales, aunque no en todos los casos.
Peter Falk en 1965, cuando le era difícil hallar un papel para él. Muchos productores lo discriminaban por tener un ojo de vidrio (Photo by Harry Benson/Express/Getty Images)
Peter Falk en 1965, cuando le era difícil hallar un papel para él. Muchos productores lo discriminaban por tener un ojo de vidrio (Photo by Harry Benson/Express/Getty Images)
Lean lo que publicó The New York Times tras su muerte, el 23 de junio de 2011 en Beverly Hills, Los Ángeles: “La prótesis ocular de Falk les dio a sus personajes una mirada peculiar, casi socarrona. También tenía un problema de dicción que le hacía pronunciar la ele con un sonido raro que venía desde el fondo de su garganta y que era especialmente enfático cada vez que pronunciaba el nombre Columbo en la serie”. Como si los “defectos” del actor se transformaran en virtudes de su personaje. Y así era. El teniente Columbo, sin nombre de pila -aunque en su placa, mostrada fugazmente, figurara como Frank-, con un perro llamado Perro y una esposa omnipresente aunque no lo viéramos, se mantiene nítido, intacto, invulnerable al paso del tiempo, doce años después de la muerte de Falk.
PIRATA, MARINE O ACTOR
El primer papel que interpretó, a los 12 años, fue en la obra teatral “Los piratas de Penzance”. Su sueño era ser marine y, más adelante, sería combatir en la Segunda Guerra Mundial. En la Armada estadounidense lo rechazaron -y tal vez le salvaron la vida- por la prótesis ocular. Entonces activó el plan B: ser cocinero en la marina mercante, oficio del que se aburrió al tiempo y que no le permitía estudiar. En 1951, lejos de su realidad oceánica, obtuvo un título en Ciencia Política en la Universidad de Siracusa. Luego, trabajó como administrativo. Luego, intentó entrar en la CIA: recibió un nuevo rechazo por cuestiones físicas. “No sabía qué hacer de mi vida”, reconocería mucho después. Sus pulsiones parecían arrastrarlo hacia la acción; la encontraría, como artista, en el mundo ficcional.
Su debut profesional como actor fue en 1956 con “Don Juan”, de Moliere, en el off Broadway. También le gustaba dibujar y pintar, aunque era notorio que su mayor talento era lo histriónico y que las puertas de la televisión y el cine se le abrirían tarde o temprano. Sin embargo, la discriminación seguía siendo un límite temible. Harry Cohn, directivo de Columbia, dijo una frase que quedó en la historia del bochorno: “Por el mismo precio, puedo tener un actor con los dos ojos”. Según Falk, Cohn no era el único que, expresándolo con mayor o menor brutalidad, pensaba así: “Más de una vez me dijeron que jamás haría cine ni televisión debido a mi ojo de cristal”.
Alivia pensar que les puso la tapa a los pragmáticos del prejuicio. Desde 1957 participó en series como “Los Intocables”, “La dimensión desconocida”, “Doctor Kildare” y los ciclos “Alfred Hitchcock presenta” y “La hora de Alfred Hitchcock”. En 1958 llegó el cine a través de “Muerte en los pantanos”, de Nicholas Ray. Sus filmes siguientes, “El sindicato del crimen” (Murder, Inc), de Burt Balaban y Stuart Rosenberg, y “Un gángster para un milagro”, de Frank Capra, le valieron nominaciones al Oscar como actor de reparto. No los ganó. Pero en 1961, cuando compitió por “El sindicato…”, hizo un papelón inolvidable. Al escuchar el nombre Peter cuando anunciaban el ganador, creyó que era él y celebró con énfasis. Se trataba de Peter Ustinov, premiado por “Espartaco”. Falk, creemos, no volvió de la muerte, pero sí del ridículo.
Brilló también con un amigo y compañero de juerga, el actor y director John Cassavetes, pionero del cine norteamericano independiente y, para decirlo sin vueltas, un genio. Cassavetes dirigió a Falk en “Maridos” (el dream team protagónico era Cassavetes, Falk y Ben Gazzara) y en “Una mujer bajo influencia”, con Gena Rowlands. Dos obras maestras del cine de autor, opuesto al de la industria. Al principio, Falks no entendía el modo de rodar de Casavettes, basado en la improvisación de los intérpretes, y declaró: “En ‘Maridos’ no comprendía qué diablos quería hacer. Traté de ser diplomático pero la verdad es que quería matarlo. Le dije: me gustaría volver a trabajar con vos como actor, no como director”. Después reconoció el talento sin límites de Cassavetes. Y, en la era post Columbo, siguió haciendo filmes con grandes directores, como “Las alas del deseo”, de Wim Wenders.